En el primer año, el sueño de un niño cambia a menudo: se despierta por hambre, por necesidad de contacto o simplemente porque está creciendo. Crear rutinas agradables, luces tenues y horarios predecibles ayuda a mantener el ritmo y a descansar mejor. Fuentes fidedignas confirman: - En los primeros meses, el sueño se fragmenta con frecuentes ciclos de sueño ligero y profundo, con despertares fisiológicos difíciles de evitar y relacionados con las necesidades y el temperamento del niño.- A partir de los 3-4 meses, se desarrolla un ritmo circadiano y el sueño nocturno tiende a consolidarse, pero los despertares normales se mantienen incluso más tarde.- La calidad y la seguridad del entorno son fundamentales para promover el descanso.- La intervención de una figura profesional puede ser útil para estrategias prácticas sin alimentar la ansiedad o ser poco realistas expectativas.
Cada familia encuentra su propio equilibrio: dormir juntos, en la cuna de al lado o en una cuna con «cama lateral». Lo importante es que sea seguro (es mejor evitar compartir la cama, las almohadas, los protectores y los edredones). Si los despertares se vuelven muy frecuentes o agotadores, lo mejor es hablar con el pediatra o con el consultorio: puede tratarse de una fase o puede ser necesario hacer «ajustes» en la rutina familiar.