Llorar, gritar, enfado: en los primeros años, los niños aún no saben cómo regular sus emociones. No se trata de desobediencia o caprichos, es la tendencia normal de crecimiento. Mantenerse cerca, decir lo que sienten («estás enfadado», «estás decepcionado») y ofrecerles el contacto ayuda a gestionar la crisis mediante la comunicación. Con este enfoque, incluso los padres pueden mejorar su capacidad para gestionar las emociones, interrumpiendo así el círculo vicioso del estrés y los conflictos.
Más que «calma», es necesario contener: estar presentes, respirar juntos, no castigar. Las emociones se aprenden a gestionar viviendo experiencias de acogida y seguridad. Si las convulsiones se vuelven muy intensas o frecuentes, puedes pedir apoyo psicológico a un consejero o a un centro de crianza.