Regresar al trabajo después del nacimiento de un hijo puede provocar emociones conflictivas: orgullo, nostalgia, culpa. Es normal. En realidad, tu hijo aprende mucho incluso en los momentos en los que tú no estás allí: descubre otras relaciones y tú redescubres tu identidad fuera del rol de padre. Y si sientes ganas de volver al trabajo, tampoco pasa nada: querer un espacio para ti no te convierte en un mal padre, sino en una persona que reconoce tus necesidades y encuentra un nuevo equilibrio entre el cuidado y la realización personal. Establecer una rutina clara y predecible les ayuda a usted y a su hijo a sentirse más tranquilos. Decirle con palabras sencillas lo que va a pasar («hoy vas a la guardería y luego mamá vuelve a buscarte») le ayuda a orientarse y a vivir mejor la separación. Al mismo tiempo, permítete adaptarte con calma. La rutina debe apoyarlo, no aprisionarlo: cada familia encuentra sus propios ritmos y los ajusta con el tiempo. Buscar el equilibrio no significa ser perfecto, sino aprender a conocerse a sí mismo en una nueva vida cotidiana.